lunes, 8 de noviembre de 2010

Opus 133 (3.- La Gran Fuga - 4)



 ¡Dios mío, hoy ha pasado algo realmente increíble! Ha pasado algo que se escapa a toda lógica, algo que noto que será crucial en mi vida, un punto de inflexión, o puede que se trate sólo de los desvaríos de un par de locos en esta ciudad de neón y pecado. Es uno de esos momentos en los que notas como si el destino, o Dios mismo, hubiera puesto sus ojos sobre ti, uno de esos momentos donde sabes que cada decisión que tomes será absolutamente crucial para tu futuro. El último momento así que recuerdo fue cuando me planteé la idea de mudarme a Nueva York después del divorcio, y las decisiones de esa época marcaron los últimos diez años de mi vida. Hoy he notado de nuevo esa sensación, pero será mejor que trate de describirlo desde el principio en este burdo amago de diario que llevo para poder releerlo en el futuro y tratar de encontrar la lógica que seguro se encuentra oculta en todo esto.

  El día transcurrió con normalidad a pesar de que ayer se repitió de nuevo la pesadilla. Me tiré mañana y tarde en el casino que está al bajar la calle analizando las ruletas, grabando todos los datos en mi mente y jugando un poco a diversos engañabobos para que esos gorilas que tienen de seguridad no se dieran cuenta. Comí incluso allí, una comida frugal pero nutritiva. Por la noche había decidido regresar a ese espectáculo erótico, era como si algo me llamara a ello. Bueno, algo, ese algo es mi maldita pesadilla. Era mi pesadilla lo que me llamaba a volver allí.

  Así que allí fui y al principio todo transcurrió con normalidad. Me tomé con tranquilidad mi whisky mientras observaba impasible el espectáculo de las primeras chicas. Muchas ideas extrañas rondaban por mi cabeza, como si alguien las hubiera puesto allí en contra de mi voluntad. Y entonces salió ella, la chica rubia.

  Fue presentada como Eva “la belleza norteña”. Era apenas una chiquilla de poco más de veinte años. Su pelo era rubio, de un rubio intensamente claro, casi doloroso. Su rostro tenía facciones de niña, con un leve toque exótico. Su espectáculo no estaba mal, aunque hay que reconocer que alguna de sus compañeras lo hizo mejor. Lo que más me llamó la atención entonces fue que estuvo un buen tiempo como buscando a alguien entre el público con la mirada. Entonces fijó sus ojos azules como el hielo en mí, y no los apartó durante el resto de su actuación. Yo miré en sus ojos y percibí algo familiar en ella, como si la conociera de algo, y noté esa misma muestra de reconocimiento en su expresión. Fue cuando ella acabó el espectáculo y se retiro tras el telón y yo me pedí otro whisky tratando de recordar de qué conocería a aquella niña.

  Al cabo de un rato uno de los hombres de seguridad del local se acercó a mí para comunicarme que una de las señoritas me pedía amablemente que fuera a su camerino. No tuve la menor duda de que era ella, y efectivamente no me equivoqué.


lunes, 25 de octubre de 2010

Opus 133 (3.-La Gran Fuga - 3)


  El sueño ha vuelto, una vez más, insidioso, como si quisiera decirme algo. La sensación de tensión no hace si no aumentar a pesar de que ese extraño hombre ya no me sigue. No lo he vuelto a ver desde que abandoné Nueva York y eso es buena señal. Pero el sueño sigue, como un mal recuerdo que vuelve una y otra vez a mi cabeza… ¿por qué siempre compararé ese maldito sueño con un recuerdo?




  Mis planes se están cumpliendo a la perfección, ya he jugado en tres casinos distintos ganando bastante en los tres. Esta noche saldré a celebrarlo, creo que me lo merezco.



  Es la primera vez que estoy en uno de esos espectáculos eróticos. No ha estado mal, las chicas lo hacían muy bien, la verdad. Sé que pagando un poco podría subirme a alguna a la habitación, quizás lo haga otro día, cuando haya ganado algo más. Me gustó la morena de Texas, una chica impresionante sin lugar a dudas. Y luego estaba esa niña rubia, era distinta al resto. Había algo extraño en ella. No sé, creo que se me quedó mirando mientras hacía su espectáculo… Tengo que dejar estas ensoñaciones tan poco propias de mí.



  El violín no se me da mal, debo tener un talento innato o algo así, porque dicen que es un instrumento difícil, pero para mí no tiene complicación alguna. Si hubiera aprendido de niño estoy convencido de que ahora me podría dedicar a eso en vez de a la contabilidad, seguro que mi vida hubiera sido mucho más interesante como músico, una vida bohemia y llena de aventuras y mujeres. En fin, otra vez desvariando, por esto sí que debería ir al loquero.



  La mujer rubia, mi esposa. ¿Es esa niña? Ella me ha vuelto a mirar, y yo a ella, y se parecen, se parecen terriblemente. Quizás sí que exista el destino y uno no pueda escapar a él, quizás mi sueño estaba tratando de traerme a esta ciudad dejada de la mano de Dios para conocerla. Quizás mi “gran fuga” no sea realmente una fuga sino alguna otra cosa que no soy capaz de entender ni controlar… No me gusta la sensación de no poder controlar algo.

martes, 19 de octubre de 2010

Opus 133 (3.-La Gran Fuga - 2)


  Ya me he instalado en mi hotel y esta noche empezaré a analizar las ruletas. Hace calor, quizás demasiado, al fin y al cabo esta ciudad está en mitad del desierto. Sí, analizaré las ruletas, pero con cuidado. Todos estos casinos están controlados por mafias, y si ven que tienes un método te echan o algo peor. Tendré que disimular, pero esta noche empezaré.




  El puto loquero no tenía razón. Ya estoy desestresándome según me dijo pero el sueño sigue tan real como siempre, y siempre igual. Me llevan de la celda, atravieso una puerta y está el hombre del traje negro con su aparato infernal. Entonces yo lo mato y se convierte en la mujer rubia.

  ¿Quién es la mujer rubia? Sé que la conozco, en el sueño es mi esposa, pero no lo es realmente. Pero sé que la conozco de algo, he tenido que verla en alguna parte, aunque no sé en donde.

  No sé por qué pero en ocasiones pienso que ese sueño es más real que mi propia vida. Y ese pensamiento me provoca tanta paz como el acorde final del opus 133 de Beethoven. Tras la turbulencia llega la calma. Y ese nombre con el que me llama: “Füller” parece más apropiado que Conrad, no sé por qué. Quizá sea porque tengo rasgos alemanes.

  En ese sueño hay algo más, lo sé.





  Hoy he visto a ese concertista. Fue una sensación muy extraña. El chico tocaba el violín, bastante bien además y sus movimientos eran tan lógicos... Era como si en todo momento supiera cual era la siguiente nota. Quizás mañana me compre un violín, aunque debería dejarme de tantos espectáculos y tanta tontería y dedicarme a lo que he venido a hacer aquí. Ya tengo alguna ruleta controlada. Mañana empezaré a jugar, con pequeñas cantidades, tengo que verificar si mi método funciona, sólo espero no levantar sospechas.



  Funciona, el método funciona a la perfección. Mañana no apostaré nada, iré a otro casino a empezar a analizar sus ruletas y otro día volveré a este, tengo que evitar sospechas.

martes, 7 de septiembre de 2010

Opus 133 (3.- La Gran Fuga - 1)


  El tren por fin esta llegando. Nunca me ha gustado viajar en avión. El tren es mucho mejor. Los aviones se caen y los hombres no estamos hechos para volar. Si Dios hubiera querido eso nos hubiera puesto alas.

  Ahora sí que reconozco la canción. Todo el viaje escuchándola. La Gran Fuga, se llama, un buen nombre. En cierto modo este viaje es mi gran fuga. Huyo de mi vida de contable. El psicólogo se puede ir a tomar por culo, esos malditos loqueros no hacen otra cosa más que robar dinero, ¡eso ni siquiera es una ciencia, por el amor de dios! Pero al menos tengo la canción, ya no me inquieta, como antes.

  La música es sólo matemática, ahora entiendo. Y esa comprensión es soberana. La Gran Fuga de Beethoven no es más que una ecuación complejísima, cuya resolución final conquista el paraíso. Mi gran fuga es mucho más complicada, huir de mi vida, sí. Pero no del estrés que dice el loquero, huir de ese puto cabrón que me persigue. El puto cabrón trajeado. No lo he visto en el tren, tampoco en la estación. Igual le logro dar esquinazo. ¿Quién coño será? ¿Alguien del gobierno quizás? En mi vida nunca he mosqueado a nadie, ni me he metido en asuntos turbios con mafias ni nada así. ¿Quizás alguien mandado por mi ex- mujer para algo? Bah, no creo, eso si que parece un pensamiento paranoico. No sé ni por qué me acuerdo de ella.

  Porque ella no es la mujer rubia. Ella no es la mujer rubia.

  ¿Cuál es la diferencia entre sueño y realidad? Aún no tengo respuesta a esa pregunta. Ese maldito sueño es más real que la vida misma. ¿Y si mi propia vida no fuera más que un sueño?

  Al menos las matemáticas son reales, lógicas. No como este caos del mundo. Aunque el mundo funciona a base de matemáticas, todo son números, todo son ecuaciones y diagramas. Hasta la ruleta.

  Sí, este es el principio de mi gran fuga, puedo ganar algunos millones con mi método. No puede fallar. Y después al extranjero, allí nadie me podrá encontrar, aunque ese de negro sea del gobierno allí fuera no me podrá alcanzar.

  Sí, huir de todo, como las notas de esa fuga hacia el final apoteósico.

  El tren para. Espero ser bienvenido en Las Vegas.




sábado, 4 de septiembre de 2010

Opus 133 (2.- Lo Aparente - 2)

Anteriormente en Opus 133. 


 El caso es que investigué un poco y vi que no había nada raro en ella. Así que solo me quedaba el cabo suelto del expediente del tal Conrad. Con tiempo descubrí que el tipo estaba divorciado y trabajaba en una empresa de electrodomésticos como contable. ¿Y sabe lo más raro del caso? En la empresa no tenían ni puta idea de donde estaba desde que se había pillado sus primeras vacaciones en diez años. El tío les apareció por ahí de golpe pidiendo un mes de vacaciones y nunca volvió. ¿A que se imagina usted cuando fue eso? Pues en las mismas fechas que desapareció el jodido loquero.

 Total, que ya volvía a tener sospechoso. Así que empecé a investigar a este tipo. Al principio todo lo que descubrí de él parecía indicar que era un tipo de lo más aburrido con una vida de lo más triste. Pero entonces hablé con uno de los camareros del bar donde iba a desayunar, le invité a unas copas y… bueno, supongo que ya habrá escuchado usted las grabaciones. Para mí que ese Conrad es un puto psicópata y con el rollo ese de la música se le dio por matar a su psiquiatra o algo así. Así que si hablara con sus superiores del FBI y me dieran permiso para acompañarles a Las Vegas a seguir con la investigación yo…


- Verá, Sargento Harrison, no soy exactamente del FBI.

 Entonces un sonido leve rasgó el aire del desordenado despacho y el Sargento Harrison, demostrando empíricamente que en ocasiones la experiencia de un perro viejo no sirve absolutamente para nada, se desplomó inconsciente sobre la recia mesa. El hombre trajeado volvió a guardar la pistola de dardos en su sobaquera y se apresuró a marcar un número de teléfono.



Fin de la segunda parte.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Opus 133 (2.- Lo Aparente - 1)


  El caso parecía de lo más normal en un principio. Recibimos desde comisaría un aviso de un presunto hurto y nos fuimos para allí mi compañero y yo. Era la consulta de un psicólogo o un psiquiatra, un puto loquero vamos, no sé muy bien cuales son unos y cuales son otros. Así que allí llegamos y vimos que habían forzado la cerradura, pero estaba bastante bien forzada, llevo ya muchos años de servicio y sé reconocer el trabajo de un profesional, en la calle siempre se aprenden estas cosas de las que ustedes, los de despacho, no tienen ni idea. No se lo tome a mal, no se deje llevar por los desvaríos de un perro viejo como yo.

  Bueno, el caso es que entramos y vimos que no habían robado el dinero ni hostias, sólo habían revuelto en una especie de archivador. Por todo el suelo había lo que parecían fichas de los pacientes y cosas de esas de médicos tiradas por allí y uno de los cajones también estaba forzado. Bueno, que dimos nuestro informe y esperamos a que los expertos investigaran el caso sin darle mayor importancia. Supongo que ya habrá leído usted el informe, ¿no?

  El tema es que dos semanas después el caso no había avanzado nada, y yo me empecé a preocupar. El comisario se negó a darme los informes de la científica y me dijo que me olvidara del tema. Supongo que ya lo ha conocido usted, no es más que un niñato de esos de universidad, que se cree que saben mucho, pero la gente como usted o como yo bien sabemos que en este trabajo los estudios poco importan. Aquí lo que vale es la experiencia, ¿verdad?

  Bueno, que hablé con un amigo que tengo en la científica. Usted entenderá que no le de el nombre, no quiero meter en marrones a nadie. El chaval este me dijo que no habían encontrado huellas ni nada. Y eso sí que me escamó un poco más. Tenía esa sensación que se tiene a veces, ya sabe de lo que le hablo, esa sensación de que en un caso hay mucho más de lo que parece.

  No sabía muy bien como seguir la investigación, aparte de que el niñato del comisario me había dicho que no lo hiciera, pero yo soy de estos que no duermen bien si no hacen bien su trabajo, como usted, supongo. Bueno, pues me enteré de que el tal Doctor Smith tenía una secretaria: la señorita Sarah, morena, buenas piernas. Unos veintialgo tendría. Así que hablé con ella y por lo visto había notado la falta del expediente de uno de los pacientes del loquero, un tal Joseph Conrad.

  Por cierto, que aparte de notar la falta de este expediente también había notado la falta de su jefe desde el día que entraron en la consulta. Esto sí que me mosqueó de verdad. Una cosa era un puto robo de mierda, pero otra una desaparición. Como puede usted ver, mi intuición nunca me falla, son ya muchos años de servicio.

 La familia del médico también había denunciado esto pero la investigación estaba parada. En un principio sospeché de la secretaria, ya sabe lo que pasa entre las secretarias veinteañeras atractivas y sus jefes cuarentones, ¿verdad? Bueno, bueno, tampoco se ponga usted así, sólo era un comentario.

martes, 31 de agosto de 2010

Opus 133 (1.- El Sueño - 6)


  Estoy en una celda, gris, con un sucio jergón, un lavabo y un retrete. En la pared cuelgan fotografías porno por doquier, todas de rubias. Mi cabeza está a punto de estallar por culpa de esa melodía. Esa maldita melodía tiene algo casi satánico, es obscena. Voy vestido como un presidiario, en mi ropa se puede leer el número “4815162342”. Suena un ruido metálico y la puerta se empieza a abrir. Al otro lado me esperan dos guardias. Sé que a uno lo conozco, nos llevamos bien. La música sigue sonando desplazándose lascivamente de un tono a otro.

  El guardia que no conozco me saca fuera mientras el otro esposa mis manos a la espalda. Sé que este no es el procedimiento habitual. Está pasando algo fuera de lo común. Me llevan por un corredor lleno de sucias celdas a uno y otro lado. Desde su interior los ojos de los presidiarios me miran con miedo, o respeto, o una mezcla de las dos cosas. Yo miro mal a uno de ellos recordando el problema del otro día en el comedor. El muy hijo de puta no es capaz de mantenerme la mirada. Y los acordes disonantes siguen taladrándome la cabeza hasta que llegamos a una especie de control de seguridad. El guardia que no conozco se adelanta, aprieta un botón y dice a una especie de interfono:

 - Traslado del prisionero 4815162342, Butcher. Cadena perpetua por asesinato en primer grado y trata de blancas.

  ¿Quién cojones es ese Butcher?

  El que conozco aprovecha el momento para susurrarme al oído:

 - Lo siento Steven, pero ese hombre del gobierno tenía una orden firmada por el jefazo.
  - Mi nombre no es Steven- es lo único que logro decirle.

  La puerta se abre entonces con un gran estruendo que apenas oculta la dichosa música unas milmillonésimas de segundo y entramos a otra sala. Es una sala completamente blanca y los guardias ya no están conmigo. En el centro hay una camilla y a su lado un aparato con pinta de magnetófono, pero más extraño. Unos auriculares se conectan a él. ¿Será este el origen de la música maléfica?

  Al lado del artefacto hay un hombre trajeado, y yo sé que él es el mal personificado. Él es el culpable de todo. Él es el único responsable de mi desgracia y de que estas notas disonantes no cesen nunca. Se acerca a mí indicándome que me tumbe en la camilla. Me llama por un nombre que me suena. “Füller”, creo escuchar entre el estruendo de los violines. Pero él se distrae un momento.

  Y yo aprovecho la oportunidad.

  Yo sólo aprovecho la oportunidad que el destino me brinda, no hago nada malo.

  De entre mi ropa saco el cuchillo, no sé como lo conseguí, ni me importa, lo único que sé es que esta es la única forma de dejar de escuchar esta música alienígena.

  No hay otra solución así que lo hago. Sé hacerlo, ya he matado más veces. Directo al corazón, él apenas sufrirá, pero eso es lo que menos me importa. Lo hago por la velocidad. Sé que necesito actuar rápidamente si me quiero librar. Su sangre corre húmeda y caliente sobre mis manos y yo la miro extrañado.

  Pero entonces levanto la mirada.

  Y él ya no es un hombre trajeado, sino una mujer rubia de unos veinticinco años. Ella es muy guapa, con un toque exótico a pesar de que sus ojos están en blanco y la pura sangre de su límpido corazón empapa mi traje de presidiario. La reconozco en ese mismo instante.

  Acabo de matar a mi mujer.

  Por segunda vez.

  Y es entonces cuando la música se eleva del infierno al paraíso, los sonidos se abren como una flor en primavera, los acordes se forman desde la disonancia más extrema y noto esa sensación que los artistas tienen cuando crean su arte o los epilépticos cuando ven el rostro de dios. Por fin soy libre, y comprendo la genialidad inherente a esa música tan hermosa.

  Pero la música se acaba y es entonces cuando me despierto.

EL GOBIERNO AMERICANO TE NECESITA



Fin de la primera parte.

viernes, 20 de agosto de 2010

Opus 133 (1.- El Sueño - 5)

Anteriormente en Opus 133


 - Verá, Joseph, a pesar de que usted no esté de acuerdo creo que debo mantener mi diagnóstico inicial. Todas estas pesadillas que tanta angustia le provocan no son más que un producto del estrés. Usted trabaja muchas horas al día y apenas tiene mayor entretenimiento que alguna que otra partida de ajedrez a la semana. Y lo peor es que lleva así mucho tiempo. Todo eso se acumula a un nivel subconsciente y suele estallar de esa forma. Es este estrés lo que provoca las pesadillas, y las pesadillas le provocan el insomnio, y la falta de sueño tiene, entre sus múltiples efectos perniciosos el de la paranoia.
 - Doctor, le aseguro que me siguen. No es paranoia.

  - Hágame caso, Joseph. Le convienen unas vacaciones, olvidarse de su trabajo por unos días y divertirse un poco, conocer gente y este tipo de cosas que se hacen cuando uno está ocioso.
  - No creo que eso me alivie. Ya le he dicho cómo son los sueños. ¡Por Dios, tiene usted sobre su mesa la descripción del de esta noche, ya ve como es! Además, ese hombre trajeado me sigue, estoy seguro de ello.
  - Hágame caso, Joseph. Créame, en mis años de profesión he conocido a gente con sueños similares a este y sé a que son debidos. Con respecto a lo de ese hombre… Bueno, Joseph, ¿no cree que si alguien le estuviera siguiendo realmente se lo pondría mucho más difícil al apartarse unos días de su rutina?
  - En eso puede que tenga razón, pero sepa que sigo en desacuerdo con su diagnóstico.
  - Mire, haremos lo siguiente, usted se va un par de semanas o el tiempo que estime conveniente, de vacaciones. Y a la vuelta volvemos a quedar y ya verá como se encuentra mucho mejor.
  - ¿Y de vacaciones a dónde?
  - Eso ya depende de usted, ¿no hay ningún sitio al que siempre haya tenido ganas de ir?
  - La verdad es que siempre he querido ir a Las Vegas.
  - Pues le vendrá bien. Un par de semanas en Las Vegas disfrutando bien del viaje desestresan a cualquiera.
  - Además, creo que he hallado un método para la ruleta, no puede fallar.
  - Usted siempre con sus matemáticas, Joseph, olvídese un poco de eso también, ¿quiere? Viaje hasta allí, emborráchese, vaya a algún espectáculo (en Las Vegas los hay a montones), y conozca a alguna mujer. Ya verá como vuelve usted como un chaval.
  - ¿Sabe, doctor?, quizá le haga caso, quizá…

VENDER SECRETOS DE ESTADO AL GOBIERNO SOVIÉTICO SIEMPRE HA SIDO CONSIDERADO ALTA TRAICIÓN.


  El último día que vino por aquí parecía estar mejor. De hecho estaba hasta hablador. Me contó que tenía planeado hacer un viaje a Las Vegas. Según él había descubierto un método para la ruleta que no podía fallar, trató de explicármelo un poco por encima, alborotadamente, pero había demasiados cálculos matemáticos de por medio y de chaval nunca se me había dado bien esa asignatura. Además tampoco me interesaba demasiado cualquier método desarrollado por un loco, la verdad.

  Bueno, la cuestión es que se pidió una cerveza (nada de whisky esta vez) y me propuso echar unas partidas al ajedrez. Yo acepté aunque tenía claro que iba a perder y a ello nos pusimos. Fue durante la segunda partida cuando su cara cambió de golpe. Estábamos jugando con una variante de la Siciliana creo recordar, pero eso no es importante.

  Su cara cambió de golpe y se puso tenso de repente. Sus ojos se ensombrecieron visiblemente, como los de un psicópata. Estuvo un rato así hasta que gritando me preguntó algo. Yo no le entendía, además estaba bastante asustado, así que traté de apartarme de él, pero entonces me agarró fuertemente por un brazo y se acercó a mi cara para preguntarme al oído:

  - ¿Qué cojones es esta puta canción?

  Yo le dije que no lo sabía, que era un CD que había traído mi jefe, pero él insistió en que lo mirara así que no me quedó más remedio que hacerlo. No me llevó ni un momento ir a la parte de atrás y coger la carátula del disco. Volví con él y le dije literalmente lo que ponía allí, hasta se lo enseñé con una mano temblorosa.

 - Cuartetos de cuerda, Beethoven, Gran Fuga, opus 133- dijo él en voz alta.

  Y tras esto salió corriendo del Jonathan’s sin siquiera haberme pagado la cerveza. Desde aquel día no volví a verlo.

PERO LA MÚSICA, ESO NO FUIMOS CAPACES DE ELIMINARLO.


jueves, 19 de agosto de 2010

Opus 133 (1.- El Sueño - 4)


 “… el sueño del sujeto no cesa de repetirse, cada vez con un detalle mayor. Sigo sosteniendo que es simplemente un producto del estrés provocado por su trabajo, combinado con un sentimiento de venganza hacia su ex mujer que ha tratado de mantener oculto tras su divorcio. Uno de los últimos detalles que más inquietud ha provocado en el sujeto es la aparición de una melodía como banda sonora del sueño. Él afirma desconocerla y es probable que conscientemente sea así. Sospecho que podría tratarse de algún tipo de melodía infantil que ha quedado grabada en su subconsciente. Otra teoría podría indicar que la mujer desconocida de su sueño no es su esposa sino su madre. Existe la posibilidad de que haya sido maltratado y haya sepultado ese recuerdo en lo más profundo de su mente. Preguntarle por sus padres en la próxima sesión. Por otra parte, a sus síntomas de ansiedad se le acaba de añadir el de la paranoia lo que complica bastante el diagnóstico. Quizás me haya equivocado desde un principio y el sujeto muestre un cuadro patológico más grave del que pensaba.”

LA GRAVEDAD DE SU ESTADO ERA EVIDENTE, PERO USTED MISMO NOS PROPORCIONÓ LA SOLUCIÓN PERFECTA.

  No descubrí el por qué de su nerviosismo hasta un tiempo más tarde. Ese día estaba peor que de costumbre: recuerdo que miraba con mala cara a todos los clientes e incluso había llegado a asustar a esa señora mayor que viene aquí a tomarse su té enfundada en su abrigo de piel. La gota que colmó el vaso fue cuando Jimmy intentó coger el tablero de ajedrez que estaba a su lado. Él no lo había visto, claro, pero el respingo que pegó cuando se dio cuenta de su presencia y el gesto amenazador de su cara no presagiaban nada bueno.

  No tuve más remedio que preguntarle por lo que le pasaba, o eso o tendría que acabar echándolo. Él me dijo que atravesaba una mala época, que hasta estaba yendo a un psicólogo (me llegó hasta a enseñar la tarjeta, un tal Doctor Lionel Smith). Según me contó tenía la misma pesadilla todas las noches, y cada vez era más vívida. Claro que eso no me pareció motivo suficiente como para estar así por lo que intenté seguir indagando, pero él se cerró en banda y me pidió otro whisky. Cuando se lo puse miré de reojo, sin pretenderlo por supuesto, a sus papeles desperdigados por toda la barra y pude ver como en uno de ellos, entre sus incontables números y simbolitos raros había escrito una y otra vez la misma frase. ¿Que qué frase? Creo que era algo así como: “No hay diferencia entre sueño y recuerdo”. Entonces supe que Joseph Conrad estaba realmente como una puñetera cabra.

SÍ, SU OBJETIVO ERA MUY LOABLE, PERO EN LA MAYORÍA DE LAS OCASIONES ES MÁS NECESARIO LO PRÁCTICO QUE LO LOABLE.


lunes, 2 de agosto de 2010

Opus 133 (1.- El Sueño -3)

Anteriormente en Opus 133 



- Doctor, soy el Señor Conrad.
- …
- Verá, he vuelto a tener el mismo sueño.
- …
- El que le conté el otro día.
- …
- Sí, pero es que esta vez era peor. Mucho más realista, no parecía un sueño, no se si sabe a lo que me refiero.
- …
- Pero es que además había algo nuevo.
- …
- Bueno, era como una canción o algo así, una melodía que se repetía una y otra vez. Algo bastante desquiciante.
- …
- No, nunca la había oído.
- …
- ¡No me convencen esas explicaciones freudianas! Ya he leído ha Freud y no estoy de acuerdo.
- …
- Pues peor, ya le digo que era como si fuera real. Necesito verle en cuanto pueda.
- …
- No, tiene que ser cuanto antes. En cuanto salga del trabajo si puede ser.
- …
- Bien, de acuerdo, iré a su consulta al salir de la oficina. Hasta luego, doctor, y gracias.

POR SUPUESTO LE AGRADECEMOS LOS SERVICIOS PRESTADOS ANTERIORMENTE, SIN EMBARGO…



  Sí, empezó a beber de golpe. Ya le he dicho que antes sólo tomaba café. ¿Que cómo fue? Bueno, un día se presentó aquí por la tarde y me pidió un vaso de whisky. Tampoco me extrañé en ese momento pero sí que le noté nervioso, como preocupado por algo. En ocasiones echaba miradas furtivas a la puerta por esas gafas diminutas suyas, como si estuviera esperando a alguien, pero no llegó nadie con el que se relacionara. Él era un hombre poco hablador, no tenía amigos que yo sepa, aquí siempre vino sólo. Tomó ese vaso casi de penalti y se pidió otros dos que también se bajó rápido. Salió casi tambaleándose, con eso se lo digo todo. Se nota que no estaba acostumbrado a beber.

  No, ni un solo café más desde ese día. Por las mañanas, en el descanso del trabajo, bebía cerveza. Era por las tardes cuando se pegaba los lingotazos de whisky, pocos al principio, al cabo de un par de semanas ya empezaba a tener más aguante.

  Sí, siempre parecía preocupado por algo. Tenía pinta de no dormir muy bien, con ojeras y cara de cansancio todo el día. Además no paraba de mirar de reojo de un lado para otro, especialmente hacia la puerta. Sí, podría ser, un poco paranoico quizás. Un día le pregunté si estaba bien pero su contestación fue tan seca que dejé de hablar con él. Parecía como si le molestara hablar del tema.

  En aquellos días cambió su libretita por una carpeta llena de folios sueltos y se ponía en la barra a escribir y escribir números, ecuaciones y simbolitos raros. Cosas matemáticas, supongo. Lo hacía de forma frenética, como tratando de demostrarse algo a sí mismo o como si estuviera a punto de llegar a una conclusión importantísima. Ya sabe lo que se dice: la genialidad y la locura son sólo dos aspectos de la misma cosa. En esos momentos no se podía distinguir si era un auténtico genio o estaba rematadamente loco.

EL COMPORTAMIENTO DE SU ESPOSA ERA REALMENTE SOSPECHOSO, Y EN AQUELLA ÉPOCA NO PODÍAMOS HABER ACTUADO DE OTRA MANERA.


sábado, 31 de julio de 2010

Opus 133 (1.- El Sueño -2)


  La verdad es que él y yo nunca habíamos hablado demasiado hasta que empezó a beber. Lo poco que sabía de él antes es que trabajaba aquí enfrente, como contable de una empresa de electrodomésticos. Cada mañana tenía una hora libre para desayunar y era entonces cuando se pasaba por la cafetería. Esto fue así durante muchos meses hasta que un buen día descubrió que aquí se jugaba al ajedrez. Tras este descubrimiento comenzó a venir también algunas tardes al salir del trabajo. Se sentaba en su sitio de siempre en la barra y observaba con atención como la gente jugaba. Yo le pregunté, como haría cualquier buen camarero con un cliente habitual, si sabía jugar al ajedrez. Me contestó que no. He de aclarar que yo no era especialmente bueno al ajedrez por aquel entonces, pero al verlo tan interesado por el juego decidí explicarle en qué consistía; así que una tarde en que no había mucho trabajo cogí uno de los tableros y las piezas y lo planté delante de él.

 - ¿Te apetece una partida?- le pregunté.
  - De acuerdo- dijo él.
  - Bueno, te explico un poco. El juego consiste en darle jaque al…

En ese momento me quedé callado completamente asombrado. Mientras yo trataba de explicarle los fundamentos del juego él había colocado todas las piezas correctamente y había ya comenzado la partida avanzando el peón de rey. Yo respondí a su jugada y estuvimos así un par de movimientos hasta que vi que iba a coger el caballo.

 - Será mejor que te explique como se mueve- le dije yo.
  - No hace falta.

  Y lo movió perfectamente amenazando a uno de mis peones.

 - ¿No decías que no sabías jugar?
  - Y no sabía. Nunca he jugado, pero ya he visto unas cuantas partidas.

No aceptó en ningún momento mi ayuda y lo peor fue cuando me di cuenta de que en unos pocos movimientos mi rey estaba en jaque mate. Ahí fue cuando me enfadé con él y le recriminé que me había engañado. Él me juró y me perjuró que no, que era la primera vez que jugaba. Y parecía bastante convincente, la verdad, la gente como él no suele mentir, no se si entiende a lo que me refiero. Por toda explicación sobre el por qué había jugado tan bien sólo me dijo:

 - Se me dan bien los números, y este juego no es otra cosa que permutaciones.

Posteriormente descubrí que era verdad, Joseph Conrad tenía un talento innato para las matemáticas, algo casi fuera de lo normal.

LA SOLUCIÓN QUE USTED PROPORCIONÓ A ESE PROBLEMA, SR. FÜLLER, ERA JUSTO LA QUE ESTÁBAMOS BUSCANDO.


jueves, 22 de julio de 2010

Opus 133 (1.- El Sueño -1)

 Joseph Conrad era un tipo normal, de unos cincuenta años, que cada día se sentaba a la barra del Jonathan’s a tomar su café y leer sus periódicos. Llegaba, se sentaba y mientras daba pausados tragos a su dosis diaria de cafeína ojeaba rápidamente el New York Times para darle un leve vistazo a las noticias del día. La política no le interesaba, por eso no se paraba demasiado en esto. Con el café ya casi mediado cogía su segundo periódico, el que realmente se paraba a analizar y analizar una y otra vez. Lo recuerdo como si fuera ayer: cada vez que cogía el Financial Times prácticamente se sumergía en sus páginas y no levantaba la vista hasta que el café ya estaba totalmente frío y tenía que volver al trabajo. En ocasiones desplegaba ante sí, en plena barra, todas las páginas de cotizaciones del Down Jones, cogía una pequeña libreta desgastada que siempre llevaba consigo y se ponía a escribir frenéticamente en ella números y más números mientras de vez en cuando miraba su reloj de pulsera a través de sus viejas gafas.

 En una ocasión me atreví a preguntarle por sus acciones, y él escuetamente me aclaró que no tenía. Ese fue el primer diálogo seco que mantuve con él, pero a base de vernos día tras día nos acabamos conociendo. Según me contó había nacido en un pequeño pueblo de Iowa y vivido allí hasta que le admitieron en la universidad del estado. Sus años de estudiante no fueron destacados, era un hombre bastante tímido y con dificultades para relacionarse con los demás por lo que no hizo demasiados amigos, pero sí que conoció a una chica y se acabó casando con ella. Estuvo más de diez años casado pero finalmente llegó el inevitable divorcio.

 Tardó bastante en contarme el por qué de su divorcio, pero uno de los últimos días que vino por aquí se decidió a hacerlo. Esa era ya la etapa en que bebía bastante y siempre parecía preocupado por algo y no hicieron falta más de un par de copas de whisky para sonsacárselo. Según me contó ella siempre había querido tener hijos pero el escueto sueldo de él apenas daba para ellos dos por lo que siempre se había negado. Finalmente la mujer se cansó y le planteó una especie de ultimátum: o tenían un hijo o ella le dejaba. Él echó sus cuentas y vio que realmente podían permitirse un hijo, vivirían sudando para llegar a fin de mes, pero podían permitírselo. Él se negó. El trámite del divorcio fue rápido e indoloro para ambos. El por qué se había negado a darle un hijo a su esposa no lo sabía ni él, pero por lo poco que lo conozco supongo que le daba miedo el compromiso que eso supondría. Creo que esta pequeña anécdota puede desvelarles mucho de la personalidad de Joseph.

lunes, 19 de julio de 2010

Árbores escuras

Árbores escuras,
estrelando cara ao infinito,
mergúllanse nun teito de cristal
negro coma o peixe e a sangue,
espreitando.

O fume gris
que se debate entre o ser e o deixar de ser,
ou o non existir e o non ter existido,
sorrí con esa bágoa malferinte,
abraiada.

Nun momento de silencio
no sono das idades
esvaecidas na néboa,
os ouveos das cadelas
gozan.

O vago rosmar dunha sociedade enrabuñada,
rosma que te rosma,
creounos:
¡Existimos!