Algo jugaba
en tus versos
con la
sonrisa de un niño,
con las
flores y los besos
y la luz de
los sentidos;
pero cortaron
del cielo
los jazmines
y los libros.
«¡Federico!,
¡Federico!»,
pregunta la
tierra al trigo,
«¡Federico!,
¿a dónde has ido?»
No te mataron
cuchillos
sino un
perdigón de sangre
que resonó
como un grito
por entre los
olivares
(un retumbar
asesino
con esqueleto
de alambre.)
«¡Federico!,
¡Federico!»,
susurra la
rosa al lirio,
«¡Federico!,
¿a dónde has ido?»
Tuyo el
recuerdo del búho
surge entre
sus grandes ojos,
tuyo el
silencio del luto
y el resoplar
de los toros;
con el toque
de difuntos
mueren los
cisnes hermosos.
«¡Federico!,
¡Federico!»,
lamenta el
viento al rocío,
«¡Federico!,
¿a dónde has ido?»