martes, 7 de septiembre de 2010

Opus 133 (3.- La Gran Fuga - 1)


  El tren por fin esta llegando. Nunca me ha gustado viajar en avión. El tren es mucho mejor. Los aviones se caen y los hombres no estamos hechos para volar. Si Dios hubiera querido eso nos hubiera puesto alas.

  Ahora sí que reconozco la canción. Todo el viaje escuchándola. La Gran Fuga, se llama, un buen nombre. En cierto modo este viaje es mi gran fuga. Huyo de mi vida de contable. El psicólogo se puede ir a tomar por culo, esos malditos loqueros no hacen otra cosa más que robar dinero, ¡eso ni siquiera es una ciencia, por el amor de dios! Pero al menos tengo la canción, ya no me inquieta, como antes.

  La música es sólo matemática, ahora entiendo. Y esa comprensión es soberana. La Gran Fuga de Beethoven no es más que una ecuación complejísima, cuya resolución final conquista el paraíso. Mi gran fuga es mucho más complicada, huir de mi vida, sí. Pero no del estrés que dice el loquero, huir de ese puto cabrón que me persigue. El puto cabrón trajeado. No lo he visto en el tren, tampoco en la estación. Igual le logro dar esquinazo. ¿Quién coño será? ¿Alguien del gobierno quizás? En mi vida nunca he mosqueado a nadie, ni me he metido en asuntos turbios con mafias ni nada así. ¿Quizás alguien mandado por mi ex- mujer para algo? Bah, no creo, eso si que parece un pensamiento paranoico. No sé ni por qué me acuerdo de ella.

  Porque ella no es la mujer rubia. Ella no es la mujer rubia.

  ¿Cuál es la diferencia entre sueño y realidad? Aún no tengo respuesta a esa pregunta. Ese maldito sueño es más real que la vida misma. ¿Y si mi propia vida no fuera más que un sueño?

  Al menos las matemáticas son reales, lógicas. No como este caos del mundo. Aunque el mundo funciona a base de matemáticas, todo son números, todo son ecuaciones y diagramas. Hasta la ruleta.

  Sí, este es el principio de mi gran fuga, puedo ganar algunos millones con mi método. No puede fallar. Y después al extranjero, allí nadie me podrá encontrar, aunque ese de negro sea del gobierno allí fuera no me podrá alcanzar.

  Sí, huir de todo, como las notas de esa fuga hacia el final apoteósico.

  El tren para. Espero ser bienvenido en Las Vegas.




sábado, 4 de septiembre de 2010

Opus 133 (2.- Lo Aparente - 2)

Anteriormente en Opus 133. 


 El caso es que investigué un poco y vi que no había nada raro en ella. Así que solo me quedaba el cabo suelto del expediente del tal Conrad. Con tiempo descubrí que el tipo estaba divorciado y trabajaba en una empresa de electrodomésticos como contable. ¿Y sabe lo más raro del caso? En la empresa no tenían ni puta idea de donde estaba desde que se había pillado sus primeras vacaciones en diez años. El tío les apareció por ahí de golpe pidiendo un mes de vacaciones y nunca volvió. ¿A que se imagina usted cuando fue eso? Pues en las mismas fechas que desapareció el jodido loquero.

 Total, que ya volvía a tener sospechoso. Así que empecé a investigar a este tipo. Al principio todo lo que descubrí de él parecía indicar que era un tipo de lo más aburrido con una vida de lo más triste. Pero entonces hablé con uno de los camareros del bar donde iba a desayunar, le invité a unas copas y… bueno, supongo que ya habrá escuchado usted las grabaciones. Para mí que ese Conrad es un puto psicópata y con el rollo ese de la música se le dio por matar a su psiquiatra o algo así. Así que si hablara con sus superiores del FBI y me dieran permiso para acompañarles a Las Vegas a seguir con la investigación yo…


- Verá, Sargento Harrison, no soy exactamente del FBI.

 Entonces un sonido leve rasgó el aire del desordenado despacho y el Sargento Harrison, demostrando empíricamente que en ocasiones la experiencia de un perro viejo no sirve absolutamente para nada, se desplomó inconsciente sobre la recia mesa. El hombre trajeado volvió a guardar la pistola de dardos en su sobaquera y se apresuró a marcar un número de teléfono.



Fin de la segunda parte.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Opus 133 (2.- Lo Aparente - 1)


  El caso parecía de lo más normal en un principio. Recibimos desde comisaría un aviso de un presunto hurto y nos fuimos para allí mi compañero y yo. Era la consulta de un psicólogo o un psiquiatra, un puto loquero vamos, no sé muy bien cuales son unos y cuales son otros. Así que allí llegamos y vimos que habían forzado la cerradura, pero estaba bastante bien forzada, llevo ya muchos años de servicio y sé reconocer el trabajo de un profesional, en la calle siempre se aprenden estas cosas de las que ustedes, los de despacho, no tienen ni idea. No se lo tome a mal, no se deje llevar por los desvaríos de un perro viejo como yo.

  Bueno, el caso es que entramos y vimos que no habían robado el dinero ni hostias, sólo habían revuelto en una especie de archivador. Por todo el suelo había lo que parecían fichas de los pacientes y cosas de esas de médicos tiradas por allí y uno de los cajones también estaba forzado. Bueno, que dimos nuestro informe y esperamos a que los expertos investigaran el caso sin darle mayor importancia. Supongo que ya habrá leído usted el informe, ¿no?

  El tema es que dos semanas después el caso no había avanzado nada, y yo me empecé a preocupar. El comisario se negó a darme los informes de la científica y me dijo que me olvidara del tema. Supongo que ya lo ha conocido usted, no es más que un niñato de esos de universidad, que se cree que saben mucho, pero la gente como usted o como yo bien sabemos que en este trabajo los estudios poco importan. Aquí lo que vale es la experiencia, ¿verdad?

  Bueno, que hablé con un amigo que tengo en la científica. Usted entenderá que no le de el nombre, no quiero meter en marrones a nadie. El chaval este me dijo que no habían encontrado huellas ni nada. Y eso sí que me escamó un poco más. Tenía esa sensación que se tiene a veces, ya sabe de lo que le hablo, esa sensación de que en un caso hay mucho más de lo que parece.

  No sabía muy bien como seguir la investigación, aparte de que el niñato del comisario me había dicho que no lo hiciera, pero yo soy de estos que no duermen bien si no hacen bien su trabajo, como usted, supongo. Bueno, pues me enteré de que el tal Doctor Smith tenía una secretaria: la señorita Sarah, morena, buenas piernas. Unos veintialgo tendría. Así que hablé con ella y por lo visto había notado la falta del expediente de uno de los pacientes del loquero, un tal Joseph Conrad.

  Por cierto, que aparte de notar la falta de este expediente también había notado la falta de su jefe desde el día que entraron en la consulta. Esto sí que me mosqueó de verdad. Una cosa era un puto robo de mierda, pero otra una desaparición. Como puede usted ver, mi intuición nunca me falla, son ya muchos años de servicio.

 La familia del médico también había denunciado esto pero la investigación estaba parada. En un principio sospeché de la secretaria, ya sabe lo que pasa entre las secretarias veinteañeras atractivas y sus jefes cuarentones, ¿verdad? Bueno, bueno, tampoco se ponga usted así, sólo era un comentario.