martes, 31 de agosto de 2010

Opus 133 (1.- El Sueño - 6)


  Estoy en una celda, gris, con un sucio jergón, un lavabo y un retrete. En la pared cuelgan fotografías porno por doquier, todas de rubias. Mi cabeza está a punto de estallar por culpa de esa melodía. Esa maldita melodía tiene algo casi satánico, es obscena. Voy vestido como un presidiario, en mi ropa se puede leer el número “4815162342”. Suena un ruido metálico y la puerta se empieza a abrir. Al otro lado me esperan dos guardias. Sé que a uno lo conozco, nos llevamos bien. La música sigue sonando desplazándose lascivamente de un tono a otro.

  El guardia que no conozco me saca fuera mientras el otro esposa mis manos a la espalda. Sé que este no es el procedimiento habitual. Está pasando algo fuera de lo común. Me llevan por un corredor lleno de sucias celdas a uno y otro lado. Desde su interior los ojos de los presidiarios me miran con miedo, o respeto, o una mezcla de las dos cosas. Yo miro mal a uno de ellos recordando el problema del otro día en el comedor. El muy hijo de puta no es capaz de mantenerme la mirada. Y los acordes disonantes siguen taladrándome la cabeza hasta que llegamos a una especie de control de seguridad. El guardia que no conozco se adelanta, aprieta un botón y dice a una especie de interfono:

 - Traslado del prisionero 4815162342, Butcher. Cadena perpetua por asesinato en primer grado y trata de blancas.

  ¿Quién cojones es ese Butcher?

  El que conozco aprovecha el momento para susurrarme al oído:

 - Lo siento Steven, pero ese hombre del gobierno tenía una orden firmada por el jefazo.
  - Mi nombre no es Steven- es lo único que logro decirle.

  La puerta se abre entonces con un gran estruendo que apenas oculta la dichosa música unas milmillonésimas de segundo y entramos a otra sala. Es una sala completamente blanca y los guardias ya no están conmigo. En el centro hay una camilla y a su lado un aparato con pinta de magnetófono, pero más extraño. Unos auriculares se conectan a él. ¿Será este el origen de la música maléfica?

  Al lado del artefacto hay un hombre trajeado, y yo sé que él es el mal personificado. Él es el culpable de todo. Él es el único responsable de mi desgracia y de que estas notas disonantes no cesen nunca. Se acerca a mí indicándome que me tumbe en la camilla. Me llama por un nombre que me suena. “Füller”, creo escuchar entre el estruendo de los violines. Pero él se distrae un momento.

  Y yo aprovecho la oportunidad.

  Yo sólo aprovecho la oportunidad que el destino me brinda, no hago nada malo.

  De entre mi ropa saco el cuchillo, no sé como lo conseguí, ni me importa, lo único que sé es que esta es la única forma de dejar de escuchar esta música alienígena.

  No hay otra solución así que lo hago. Sé hacerlo, ya he matado más veces. Directo al corazón, él apenas sufrirá, pero eso es lo que menos me importa. Lo hago por la velocidad. Sé que necesito actuar rápidamente si me quiero librar. Su sangre corre húmeda y caliente sobre mis manos y yo la miro extrañado.

  Pero entonces levanto la mirada.

  Y él ya no es un hombre trajeado, sino una mujer rubia de unos veinticinco años. Ella es muy guapa, con un toque exótico a pesar de que sus ojos están en blanco y la pura sangre de su límpido corazón empapa mi traje de presidiario. La reconozco en ese mismo instante.

  Acabo de matar a mi mujer.

  Por segunda vez.

  Y es entonces cuando la música se eleva del infierno al paraíso, los sonidos se abren como una flor en primavera, los acordes se forman desde la disonancia más extrema y noto esa sensación que los artistas tienen cuando crean su arte o los epilépticos cuando ven el rostro de dios. Por fin soy libre, y comprendo la genialidad inherente a esa música tan hermosa.

  Pero la música se acaba y es entonces cuando me despierto.

EL GOBIERNO AMERICANO TE NECESITA



Fin de la primera parte.

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