sábado, 31 de julio de 2010

Opus 133 (1.- El Sueño -2)


  La verdad es que él y yo nunca habíamos hablado demasiado hasta que empezó a beber. Lo poco que sabía de él antes es que trabajaba aquí enfrente, como contable de una empresa de electrodomésticos. Cada mañana tenía una hora libre para desayunar y era entonces cuando se pasaba por la cafetería. Esto fue así durante muchos meses hasta que un buen día descubrió que aquí se jugaba al ajedrez. Tras este descubrimiento comenzó a venir también algunas tardes al salir del trabajo. Se sentaba en su sitio de siempre en la barra y observaba con atención como la gente jugaba. Yo le pregunté, como haría cualquier buen camarero con un cliente habitual, si sabía jugar al ajedrez. Me contestó que no. He de aclarar que yo no era especialmente bueno al ajedrez por aquel entonces, pero al verlo tan interesado por el juego decidí explicarle en qué consistía; así que una tarde en que no había mucho trabajo cogí uno de los tableros y las piezas y lo planté delante de él.

 - ¿Te apetece una partida?- le pregunté.
  - De acuerdo- dijo él.
  - Bueno, te explico un poco. El juego consiste en darle jaque al…

En ese momento me quedé callado completamente asombrado. Mientras yo trataba de explicarle los fundamentos del juego él había colocado todas las piezas correctamente y había ya comenzado la partida avanzando el peón de rey. Yo respondí a su jugada y estuvimos así un par de movimientos hasta que vi que iba a coger el caballo.

 - Será mejor que te explique como se mueve- le dije yo.
  - No hace falta.

  Y lo movió perfectamente amenazando a uno de mis peones.

 - ¿No decías que no sabías jugar?
  - Y no sabía. Nunca he jugado, pero ya he visto unas cuantas partidas.

No aceptó en ningún momento mi ayuda y lo peor fue cuando me di cuenta de que en unos pocos movimientos mi rey estaba en jaque mate. Ahí fue cuando me enfadé con él y le recriminé que me había engañado. Él me juró y me perjuró que no, que era la primera vez que jugaba. Y parecía bastante convincente, la verdad, la gente como él no suele mentir, no se si entiende a lo que me refiero. Por toda explicación sobre el por qué había jugado tan bien sólo me dijo:

 - Se me dan bien los números, y este juego no es otra cosa que permutaciones.

Posteriormente descubrí que era verdad, Joseph Conrad tenía un talento innato para las matemáticas, algo casi fuera de lo normal.

LA SOLUCIÓN QUE USTED PROPORCIONÓ A ESE PROBLEMA, SR. FÜLLER, ERA JUSTO LA QUE ESTÁBAMOS BUSCANDO.


jueves, 22 de julio de 2010

Opus 133 (1.- El Sueño -1)

 Joseph Conrad era un tipo normal, de unos cincuenta años, que cada día se sentaba a la barra del Jonathan’s a tomar su café y leer sus periódicos. Llegaba, se sentaba y mientras daba pausados tragos a su dosis diaria de cafeína ojeaba rápidamente el New York Times para darle un leve vistazo a las noticias del día. La política no le interesaba, por eso no se paraba demasiado en esto. Con el café ya casi mediado cogía su segundo periódico, el que realmente se paraba a analizar y analizar una y otra vez. Lo recuerdo como si fuera ayer: cada vez que cogía el Financial Times prácticamente se sumergía en sus páginas y no levantaba la vista hasta que el café ya estaba totalmente frío y tenía que volver al trabajo. En ocasiones desplegaba ante sí, en plena barra, todas las páginas de cotizaciones del Down Jones, cogía una pequeña libreta desgastada que siempre llevaba consigo y se ponía a escribir frenéticamente en ella números y más números mientras de vez en cuando miraba su reloj de pulsera a través de sus viejas gafas.

 En una ocasión me atreví a preguntarle por sus acciones, y él escuetamente me aclaró que no tenía. Ese fue el primer diálogo seco que mantuve con él, pero a base de vernos día tras día nos acabamos conociendo. Según me contó había nacido en un pequeño pueblo de Iowa y vivido allí hasta que le admitieron en la universidad del estado. Sus años de estudiante no fueron destacados, era un hombre bastante tímido y con dificultades para relacionarse con los demás por lo que no hizo demasiados amigos, pero sí que conoció a una chica y se acabó casando con ella. Estuvo más de diez años casado pero finalmente llegó el inevitable divorcio.

 Tardó bastante en contarme el por qué de su divorcio, pero uno de los últimos días que vino por aquí se decidió a hacerlo. Esa era ya la etapa en que bebía bastante y siempre parecía preocupado por algo y no hicieron falta más de un par de copas de whisky para sonsacárselo. Según me contó ella siempre había querido tener hijos pero el escueto sueldo de él apenas daba para ellos dos por lo que siempre se había negado. Finalmente la mujer se cansó y le planteó una especie de ultimátum: o tenían un hijo o ella le dejaba. Él echó sus cuentas y vio que realmente podían permitirse un hijo, vivirían sudando para llegar a fin de mes, pero podían permitírselo. Él se negó. El trámite del divorcio fue rápido e indoloro para ambos. El por qué se había negado a darle un hijo a su esposa no lo sabía ni él, pero por lo poco que lo conozco supongo que le daba miedo el compromiso que eso supondría. Creo que esta pequeña anécdota puede desvelarles mucho de la personalidad de Joseph.

lunes, 19 de julio de 2010

Árbores escuras

Árbores escuras,
estrelando cara ao infinito,
mergúllanse nun teito de cristal
negro coma o peixe e a sangue,
espreitando.

O fume gris
que se debate entre o ser e o deixar de ser,
ou o non existir e o non ter existido,
sorrí con esa bágoa malferinte,
abraiada.

Nun momento de silencio
no sono das idades
esvaecidas na néboa,
os ouveos das cadelas
gozan.

O vago rosmar dunha sociedade enrabuñada,
rosma que te rosma,
creounos:
¡Existimos!