domingo, 1 de diciembre de 2013

Imágenes de la decadencia capitalista: el hombre en la madrugada


  Allí, en la calle oscura, de madrugada. Apoyando su mano sobre un portal desierto en una acera desierta el silencio lo envolvía. No el silencio, la ausencia de sonido. Porque el sonido se había muerto ya, apagado. Su pose cabizbaja, boquiabierta, le delataba. En el suelo, a sus pies, los restos de la noche que moría lentamente, como si no quisiera morir, como si se resistiera.

  Un coche pasa y, desde él, lo observan. No lo conocen, claro, pero como si lo conocieran. Al fin y al cabo, solo era un hombre como tantos otros, con sus alegrías y sus tristezas. Él pensaba en lo que había perdido, lo que se había ido por el retrete.

  Un nuevo movimiento brusco y vuelta a empezar todo de nuevo. No había forma de parar aquello. De nuevo el sonido, líquido y gorgoteante. Era ese maldito sonido lo que le crispaba los nervios. Él vivía envuelto en sonido, pero el silencio era su deseo secreto. Aunque no cualquier silencio. Solo el silencio en que uno se conoce a sí mismo, eso buscaba para nunca encontrarlo.

  Y en medio del acto, una pregunta. Porque nos definimos con el sonido, con el lenguaje. Pero las palabras mienten... ¿quién es uno mismo? Quizás él era más lo que ya no era, lo que había sido. Quizás en el pasado había más certeza que en el presente. Pero el pasado es palabra, y por tanto nos miente.

  Por eso buscaba el silencio; porque debes alejarte, alejarte de ti mismo para saber quién eres, para identificarte. Por eso buscaba el silencio, pero no lo encontraba. Rectifico. Algún silencio encontraba: el suyo, por ejemplo. Y quizás su silencio fuera lo que le había llevado esa noche a ese portal desierto.

  Y eso lo odiaba.

  Un silencio en el que encontrarse, un silencio en el que cumplir sus sueños. Pero, ¿quién era él si no un hombre?, ¿qué era su «yo» si no otro «yo» en la cadena del tiempo? ¿Quién sabe?, quizás fuera yo.

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