martes, 29 de octubre de 2013

A una rosa muerta


De las más altas cumbres la trajiste:
en tu seno recorrió los caminos
del profundo mar, de los densos pinos,
grabando los momentos que viviste.

Era una rosa de risa de plata,
de largos silencios estaba henchida,
de cortar su tallo había una herida
de la luz de luna, de ojos de gata.

La muerte se le acercó inesperada,
en silencio por creerla dormir,
mas ella aún sintió su brutal lanzada.

Y la parca así le escuchó decir:
«Vivir por vivir es ser engañada
y el que está muerto no quiere morir.»

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