Un hombre solo en la
penumbra de su habitación. Su rostro era iluminado por el mortecino
resplandor del monitor y la pulsante llama del cigarro. Envuelto en
humo, como las síbilas de antaño, el hombre fumaba y leía antiguos
mensajes enviados en épocas más felices. A lo lejos, atravesando
esas cuatro paredes de papel a las que llamamos piso, se oía a una
pareja discutir. Un hombre y una mujer, unos vecinos a voz en grito.
La habitación era pequeña, apenas mayor que un zulo pero mucho
menor que una mansión. Y el hombre fumaba. Al echar la ceniza
contempló el cenicero bañado por la débil iluminación. El
cenicero, la ceniza y las colillas: una metáfora perfecta. Volvió
entonces al mensaje, por enésima vez. Sí, el cenicero es la
metáfora, de aquello que ardió para acabar...
Porque hay cosas que no
se pueden decir, se deben ocultar, guardar con celoso secreto. Lo
demás es dolor. Es mentira eso de que no se pierde nada por
intentarlo, un simple dicho, un lugar común, un entimema de nuestro
tiempo. Es mentira porque siempre se pierde algo, o se pierde todo.
Sí, alguien dijo una vez eso sobre la verdad, que es revolucionaria,
sí. En cierto modo lo fue, aunque más bien contrarrevolucionaria.
Sí que se puede perder todo por decir algo y, al final, solo cenizas
y silencio. ¿Y si nunca se hubiera dicho (porque se dijo así, como
una necesidad, con palabras más poderosas que uno mismo)? Bah, es
inútil plantearse esas cosas hipotéticas. Se dijo, ahora solo queda
el silencio, frío como la muerte. Si hubiera alguna forma de
solucionarlo, de volver a lo de antes, a las risas y confidencias,
sin nada más... pero no la hay, no la hay. A veces, decir algo,
pronunciarlo, nombrarlo, es matar ese algo. Y ahora, solo silencio,
frío como la muerte.
Silencio frío como la
muerte en el frío del invierno. Ya no se oía a los vecinos y la
ceniza se seguía acumulando. Quizás uno hubiera matado al otro.
Titular estándar para la prensa. Quizás se hubieran matado
mutuamente. Titular espectacular para la prensa. Quizás uno se
hubiera ido para no volver nunca a los brazos del otro, sería lo más
normal, lo ordinario. Y en ese caso, ningún titular para la prensa.
Solo silencio. Silencio y ceniza y colillas sobre un viejo cenicero
iluminado por una luz mortecina.
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