Caída de las
manos de los hombres,
perdida entre
la tierra cenagosa,
rota bandera
en la temida noche;
luchaste con
valor, y por las rosas
tu vida ya
perdiste para siempre,
tú que te
alzaste por no ver las sombras.
Caíste ante
las huestes de lo breve,
fugaz, de lo
vacío y cotidiano,
lo que es
banal, lo que no llora o siente.
Perdiste la
batalla, luego el llanto,
el duelo de
tus últimos guerreros,
aún resonó
para cantar tus salmos.
Rompió tu
asta en pedazos en el fuego,
la sal de los
rencores cotidianos,
hasta no ser
más que un recuerdo etéreo.
Luchando, tus
colores eran magnos:
el rojo de
las rosas te vestía
y te cubrían
los más blancos paños.
Perdiendo, tu
destino se cumplía,
pues todo lo
que empieza ha de acabar
para poder,
pues, renacer sin prisa.
Alzándote,
lograste ya ganar.
Contigo, con
tu imagen y promesa
somos capaces
de volver a amar
como antes,
cuando todas las respuestas
yacían en
los versos tan serenos,
tan
inspirados de los grandes poetas.
Contigo,
volveremos a los cielos
rasgar con
las canciones dedicadas
a nuestra
lucha, nuestro amar eterno.
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