viernes, 30 de noviembre de 2012

Opus 133 (4.- Lo Real -4)


Anteriormente en Opus 133


  Mientras la vida del señor Bergman transcurría con su monotonía habitual nosotros mejoramos notablemente el procedimiento de implantación de recuerdos. Bien es cierto que seguimos necesitando la máquina desarrollada por el señor Füller para la implantación total, pero hemos logrado realizar implantaciones parciales mediante ultrasonidos en la música normal y corriente, sin necesidad de recurrir a ningún aparato de aspecto extraño. El método ha sido muy exitoso y en la actualidad muchas empresas lo utilizan en sus anuncios para comercializar sus productos, pagando una cuantiosa suma a nuestro gobierno, por supuesto. También ha sido demostrado ser válido para inculcar valores tales como la lealtad o el patriotismo. Esa ha sido sin duda la aportación más completa de Brian Füller a la humanidad.

  Pero mientras las cosas nos iban tan bien a nosotros, el señor Bergman lo estaba pasando un poco mal. Cierta melodía insistente se le repetía una y otra vez, un tema de Beethoven, tengo entendido. Por supuesto estábamos realizando un seguimiento y en seguida nos dimos cuenta de que tan repentino talento musical en una persona sin el menor gusto estético resultaba extremadamente sospechoso. Nuestros científicos lo analizaron y llegaron a una interesante conclusión: habíamos sido capaces de eliminar todos los recuerdos de Füller, pero la música, eso no fuimos capaces de eliminarlo.

   La única solución que vimos factible fue implantarle unos nuevos recuerdos y enviarlo a un lugar donde su talento musical no pudiera ser desarrollado y, por tanto, pasara inadvertido. Casualmente por aquellos días había sido asesinado en una de nuestras atestadísimas prisiones un tipo de lo más rastrero, un tratante de blancas que había llegado a matar a su propia esposa. Así fue como el cuerpo del señor Füller, tras pasar unos años por Joseph Bergman, agente de seguros, asumió todos los recuerdos del presidiario 4815162342 conocido para el gran público como Steven Butcher. Un traslado a otro presidio y el problema estaba solucionado. O eso pensábamos entonces, pero resultó no ser así.


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