El señor Füller
aceptó enseguida trabajar para nosotros, los únicos interesados en
financiar los aspectos prácticos de su teoría; y esta fue una
colaboración harto beneficiosa para ambas partes hasta que el joven
matemático decidió casarse con una bella mujer llamada Katherina.
Al principio todo siguió bien en su trabajo. De hecho, logró
encontrar una solución al principal problema teórico que impedía
la obtención de resultados en la práctica. Y la solución que
usted proporcionó a ese problema, señor Füller, era justo la que
estábamos buscando.
Fue entonces cuando
decidimos dar un paso más en nuestra colaboración y le explicamos
nuestro verdadero interés en el asunto. El gobierno soviético
llevaba décadas usando técnicas de lavado de cerebro totalmente
desconocidas para nosotros, y América no tenía ni siquiera una leve
teoría al respecto. Hasta que apareció usted con su intento de
curar las enfermedades mentales. Sí, su objetivo era muy loable,
pero en la mayoría de ocasiones es más necesario lo práctico que
lo loable. A pesar de que nuestros objetivos divergían ligeramente,
el señor Füller se mostró dispuesto a continuar su relación de
amistad con nosotros.
Pero volvamos al tema de
Katherina. ¿He mencionado ya que había nacido en Stalingrado? Creo
que no. Verá, la cuestión es que el comportamiento de su esposa era
realmente sospechoso, y en aquella época no podíamos haber actuado
de otra manera. Al fin y al cabo vender secretos de estado al
gobierno soviético siempre ha sido considerado alta traición en
Estados Unidos.
Así que en la agencia
teníamos un problema. Por un lado teníamos al prodigioso matemático,
que no sólo nos podría dar la clave de la victoria de la Guerra
Fría sino la forma segura de moldear a nuestra imagen y semejanza el
mundo que viniera después. Pero por otro lado su amadísima esposa
no era otra cosa más que una sucia espía. Por supuesto la CIA
siempre puede solucionar cualquier problema.
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