La poesía
caía sobre su cuerpo
deslizándose
cual lágrimas de negra tinta;
en sus pechos
florecía un bravo verbo
y entre sus
labios un nombre de amor moría.
Las palabras
se escurrían sobre sus ojos
precipitándose,
raudas, como las olas;
en sus
piernas, un susurro, suspiro sordo,
y el adjetivo
sonando con voz de rosa.
Las azucenas
cubrían su blanca piel
rozando sus
dulces pies, pálidos pétalos
que la
protegen del verso, del triste ser
que al
cantarlos la ilumina, como con fuego.
Pobre niña
que se escapa entre las flores
para que con
las palabras la alma no brote.
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