«Carpe
diem», nos dijeron
los antiguos,
«coged rosas.»
Y era bueno.
Y lo hicieron
sumergiéndose
en el vino,
en las
espirituosas
bebidas...
Nunca supieron
que, de entre
todas las cosas,
se borraría
el camino...
Y los
momentos, ¡borrados!;
y los besos
que, sinceros,
llenaban el
aire de hados
propicios, de
estrellas claras
y brillantes
cual luceros,
de nuevos
sueños... ¡borrados
para todos
los obreros
que los
lloran tras sus caras!
Y se acumulan
los males
como un
cetáceo varado
atrapado en
hospitales
sin ver nunca
amanecer.
Un carpe
diem negado:
vivimos como
inmortales
en un mundo
condenado
a morir y
perecer.
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