Cuando era
inocente como un niño
no veía los
ojos de tierra
ni las manos
que, como guadañas,
siempre
siegan los sueños futuros.
Cuando era
inocente como un niño
no veía las
lágrimas rojas,
las llagas de
envenenados besos
que germinan
en largas afueras.
Ahora la
inocencia se ha ido
y con ella se
lleva las rosas
que no
crecieron en primavera.
Son las canas
ahora las reinas
de un
laberinto gris y sombrío
en el fondo
de nuestras cabezas.
Cuando era
inocente como un niño
no brillaba
la maldad en mis ojos;
pero ahora
que ya hemos crecido
nuestras
bocas supuran silencios.
Cuando era
inocente como un niño
no cortaban
mis manos los frutos;
pero ahora al
coger el racimo
nos complace
que el árbol se pudra.
Pero aquí yo
me planto y os digo
desde mi
rincón frío y oscuro:
«Con
palabras sin ritmo ni rima
hemos crecido
al son del disturbio
para hacer lo
que debe ser hecho:
declararle la
guerra a este mundo.»